Historias a bordo de un viejo Ford A que el autor de estas líneas bautizó Ranquita siendo muy chico. Relato de viajes en ese auto de la década del ’30 que nos llevó a la familia a distintos lugares.
Foto del Ford A sedan 2 puertas modelo 1930. La foto fue tomada el 22 de enero de 1964 en las playas de Mar de Ajó, provincia de Buenos Aires, Argentina. |
Mi padre compró un Ford A modelo 1930, el que nos muestra la vieja fotografía. En esa foto mi padre está al mando del viejo Ford A y yo lo asisto como navegante con mis tres años de vida. Lo que se ve a espaldas del Ford A es el Mar Argentino y la foto fue tomada en las playas de Mar de Ajó.
Allí, con solo 3 años, conocí el mar al cual no pudo meterme mi madre, Rosa, bajo ningún concepto. Solo logró meterme en un balde plástico lleno de agua de mar. Ese fue mi primer baño de mar. El correr de los años me amigaría con el mar. La inmensidad y su ruido lograron acobardarme de ingresar en esas aguadas saladas.
Lo que si recuerdo de ese viaje, que hicimos con mi madre, mi padre, mi tía abuela, mi tío materno y yo, fue una anécdota sobre la conducción del Ford A. Mi padre le cedió el volante a mi tío Máximo, un joven en 1964, para descansar de la conducción. Al poco tiempo de estar al volante mi tío Máximo pasó unas vías en la Ruta 2, cerca de Dolores, como venía. Mi padre que dormitaba se despertó sobresaltado. “Pará que me vas a destrozar el auto” profirió a voz en cuello. Fue el fin de la conducción de mi tío.
Recuero el cimbronazo y que estaba en brazos de mi tía abuela, que justo un momento antes me había cambiado de lado, sino mi dulce cabecita hubiera dado de lleno en la carrocería del viejo Ford A.
Una vez en la casa de la tía Chencha, tía de mi madre, había llovido tanto que la calle de tierra estaba en un estado calamitoso. Todos los presentes le dijeron a mi viejo que se iba a quedar encajado con el auto. Mi padre les dijo que no, el Ranquita no se encajaría. Lo puso en marcha y salimos como si nada por la calle anegada de agua y barro por doquier. Pero no le bastó con eso sino que dio la vuelta manzana y pasó nuevamente por la casa de la tía Chencha.
Durante muchos años viví en el barrio de Recoleta y los fines de semana íbamos, con mi familia, a la casa de mi abuela paterna en San Miguel. Localidad que es mi actual morada desde hace más de 20 años.
Un día sábado, por la tarde, al llegar a la casa de mi abuela comenzó a granizar con tal intensidad que tuvimos que quedarnos dentro del Ranquita esperando que cesara de caer la piedra.
Se juntó tanto granizo que el suelo se puso blanco como si hubiese nevado. Por suerte el Ranquita aguantó el chubasco como si nada y resistió el incesante golpeteo del granizo en su carrocería.
El nombre de Ranquita se lo puse yo, según el relato de mis padres, la verdad que no lo recuerdo. Me dicen que se lo puse por el sonido de su motor. Sonido característico para los que alguna vez oyeron marchar a un Ford A. Para muchos el mejor auto que construyó Henry Ford.
Lo cierto es que en Argentina hubo muchos Ford A, tantos que somos el segundo país, luego de Estados Unidos, en tener unidades en el país. Un auto sumamente popular y confiable.
El Ranquita tal vez sea mi primer contacto con un auto. Quien diría que con el paso del tiempo terminaría contado historias sobre viejos autos que supimos conseguir. Sobre todo si tenemos en cuenta que el Ford A, el Ranquita, tenía 34 años de prestar servicios a sus dueños.
Creo que hay algo premonitorio en todo esto. Un viejo auto, que ya no correspondía a su contemporeanidad, pero que seguía en perfecto estado de conservación y funcionando todos los días. Un verdadero auto vivo y no una pieza de museo para contemplar y admirar. Algo vivo y con un uso práctico. Un viejo auto al fin y al cabo.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
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