Thứ Bảy, 23 tháng 11, 2013

Una casita en Francisco Álvarez

La Casita, así la habíamos bautizado entre todos los integrantes de mi familia. Una casa en los fondos de Francisco Álvarez, allá por los años ’70. Una anécdota de cómo era sus calles de tierra.

Francisco Álvarez en 1973.


Mi padre compró a principios de los años ’70 una casa en la localidad de Francisco Álvarez en la provincia de Buenos Aires. La casa en cuestión estaba sobre una calle de tierra y tenía dos lotes. Un lugar para el descanso dominical.

La idea era que, en un principio, fuera la casa de fin de semana, ya que por aquellos años vivíamos en el barrio de Recoleta en la ciudad de Buenos Aires. Para luego pasar a ser nuestra residencia.

Desde que nací todos los fines de semana lo pasábamos en la casa de mi abuela en San Miguel, lugar donde vivo actualmente. Así que el sábado a la tarde emprendíamos el viaje a San Miguel. Pasábamos la noche allí y a la mañana del domingo, bien tempranito, encarábamos para Francisco Álvarez.

Mucho tiempo mi padre tuvo prestado un Chevrolet 1938 Master De Luxe 4 puertas y ese fue nuestro auto de ida y vuelta. Me acuerdo que una vez para un cumpleaños, en unos de los tantos domingos, llegamos a ser 8 o 9 dentro del Chevrolet. Algo impensado en un auto nuevo.

En esa casa aprendí a hachar leña, también a hacer una quinta, que cercamos con las ramas de los álamos plateados que podamos en el invierno. Palos que una vez plantados, como cerca de la quinta, comenzaron a brotar al llegar la primavera.

Andar en bicicleta en esas calles de tierra y desoladas era parte de mi diversión entre 1971 y 1974, según recuerdo. Algo hay en este recuerdo que se une a este presente en el siglo XXI.

Un vecino, a unas tres o cuatro cuadras, de la Casita tenía una rural Mercedes-Benz 170 diésel y con ella repartía huevos en el Gran Buenos Aires. La conocía porque le traía huevos a Don Nicola el almacenero que vivía a la vuelta de la casa de mi abuela en San Miguel.

Como dije las calles eran de tierra y no eran precisamente muy benignas cuando llovía. Se ponían en un estado calamitoso. Un domingo de otoño al volver a la casa de abuela en San Miguel tuvimos que atravesar la calle muy embarrada para salir de Francisco Álvarez.

La calle era paralela a un gran campo. La casa estaba casi en la esquina con esa calle, la cual había que tomar para salir del barro y llegar hasta el asfalto que estaba a unas diez cuadras hacia el centro de Francisco Álvarez.

Ese domingo mi padre había traído la Fiat 1500 Familiar modelo 1972 del hijo de su patrón. Ese modelo estaba equipado con el motor del Fiat 1600, así que literalmente volaba. Pero eso no nos sirvió para salir del barro de Francisco Álvarez.

La pobre rural se encajó como tres o cuatro veces hasta lograr salir al asfalto. Era empujar, mi madre y yo, y otra vez se quedaba encajada. La Fiat salpicaba barro a troche y moche. No recuerdo haber visto un auto embarrado hasta el techo como esa rural. Así estábamos mi madre y yo.

Lo que recuerdo fue que al llegar a la casa de mi abuela, mis primas, quisieron saber qué nos había pasado. Mi reacción fue tan violenta, en la respuesta, que no hubo más preguntas de su parte. Suelo ser calmo, pero cuando algo me enoja mejor no estar enfrente mío. Por suerte eso ocurre muy esporádicamente.

Con el correr de los años mejoraron las calles de Francisco Álvarez, pero mi padre ya se había cansado de la Casita y la vendió. La compró un conocido de él que se fue a vivir en ella. Hoy parece no tan lejano el lugar, pero en los años ’70 era una zona casi rural.

La foto del inicio de este relato muestra a mi pequeña hermana y al autor de estas líneas en el año 1973 y está tomada, por mi madre, que se ve reflejada en la sombra del piso, en la calle de la encajadura, pero en sentido contrario. Según la fecha de revelado la foto es de agosto de 1973. Hoy no reconocería el lugar.

Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos



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