Mar de Ajó fue el destino de nuestras vacaciones en carpa en el verano de 1985. Por aquel tiempo mi viejo había comprado un Chevrolet Super modelo 1969, color turquesa. La verdad que el auto estaba bastante bueno y con el motor 230. Un fierro, con perdón de los fordistas.
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Extracto de una publicidad aparecida en la revista Panorama el 22 de marzo de 1969. |
Con el fin de viajar cómodos mi viejo decidió que podríamos amar un trailer, para cargarlo con todos los implementos del campamento. Mi Tío Alberto nos ayudó en la construcción que nos demandó tres días de un enero caluroso. Lo armamos con madera y de suspensión hojas maestras de elásticos trasero de un Falcon. Uno tres metros de largo con baranda y puerta trasera.
La pintura fue un rejunte de colores. Un parte era verde como los camiones de la empresa láctea La Serenísima, recibimos varias cargadas por ese color. El interior y las barandas de color blanco. Esa pintura nos la dio un vecino de mi abuela, Hugo, que vivía enfrente y trabajaba en Vialidad Nacional. El blanco era reflectante, la misma pintura que usan para las bandas blanca en el pavimento. Descubrimos en la playa que esa pintura se oxida, tal vez por el metal que tiene en suspensión.
Una vez listo el trailer se lo adosamos al Chevrolet al paragolpes trasero, que mi viejo sacó y reemplazó por otro con el enganche. Imaginen un auto actual tirando un trailer desde el paragolpes trasero de plástico. Una imagen imposible de concebir.
Cargamos el trailer y ya estábamos listos para salir a la ruta hacia nuestras vacaciones en la playa de Mar de Ajó. El Chivo tiraba el trailer como si fuera una pluma. Viajamos durante la noche y a la mañana siguiente estábamos arribando al Mar Argentino.
Durante parte del año anterior se habían producidos unas graves inundaciones en la provincia de Buenos Aires. Tal fue el agua acumulada en los campos que comenzó a drenar hacia el mar. A su paso produjo pequeños canales, que todavía en enero seguían tirando agua. En la ruta habíamos advertido una cantidad enorme de campos anegados.
La fauna de la costa estaban alterada, había pájaros de tierra adentro que buscaban un lugar seco para comer y anidar. Vimos biguás a metros del mar algo totalmente alterado en la Costa Atlántica. Con ese panorama armamos nuestro campamento por primera vez. A lo largo de nuestros días en la playa la operación se repetiría varias veces.
Elegimos un lugar que parecía ser seguro, una especie de escalón en un médano. Una tormenta de lluvia y viento nos cambiaría la opinión de la seguridad del principio. La primera tormenta que se presentó nos obligó a pernoctar dentro del Chevrolet. Éramos mi viejo, mi vieja, mí tía abuela, mi hermana y yo. Ante la posibilidad que la tormenta fuera fuerte desarmamos los caños de la carpa y la dejamos en el suelo con un poco de arena encima. Al amanecer vimos como parte del médano había caído, durante la noche, sobre la carpa.
Un día comenzó a soplar fuerte viento del oeste. Sabido es que a los pocos días tendríamos una crecida del mar. Dos días después para ser exactos. Otra noche adentro del auto con lluvia y fuerte, muy fuerte viento del este. Tan fuerte fue el viento que pulió el paragolpes trasero que estaba pintado de color gris. Pero no sería nada. El mar comenzó a crecer a eso de las 3 de la madrugada.
Yo dormía del lado del acompañante y veo algo luminoso que pasa por debajo del lado mío. Medio dormido me doy cuenta que es el mar que llegaba con sus olas hasta donde estábamos estacionados. La luminosidad que veía era el yodo del agua de mar por el reflejo de la luna, que era llena. Menos mal que no estábamos en un bosque, porque no faltaba el hombre lobo.
Despierto a todos y a empujar. Nada el auto estaba enterrado hasta el diferencial. Mi viejo dice “mañana lo sacamos. De acá el agua no se lo va a llevar”. La verdad que estábamos a más de 50 metros de la costa. Así fue como al otro día lo sacamos. Pero antes les hice notar que el auto se había corrido. “Estás loco me dijeron”. Más tarde les pude demostrar que la tormenta de viento y lluvia, de la noche, había corrido el Chivo con nosotros cinco arriba algo así como metro y medio.
Me di cuenta porque estábamos más cerca del trailer que apuntaba con su lanza al mar. Menos mal que mi viejo estacionó el auto a un costado, sino terminábamos encima del trailer. Con ese punto de referencia les puede demostrar mi teoría del corrimiento del auto durante la noche. Además estaba frenado y en cambio. Fue una linda tormenta, era como si un gigante moviera la cola del Chivo sacudiéndolo sin piedad.
Segundo armado de la carpa que duró poco una nueva crecida del mar nos convenció de abandonar la costa. Nos internamos unos 300 metros en una zona parcelada que hoy es Nueva Atlantis. En lo que sería la vereda de un terreno armamos la carpa para cinco personas, el ante comedor, otra carpa para cinco personas y el baño. Se podría decir que por unos días fuimos unos usurpadores de un lote. Por supuesto que nadie vino a decirnos nada. Allí reinaba un clima diferente había tranquilidad climática.
Ese enero fue muy caluroso. Tanto que mi tía abuela se tostó sin estar al sol, solo el aire que soplaba te quemaba la piel. Tanto calor hacía que un día, estando en la playa, la nafta del Chivo empezó a brotar del tanque, que estaba lleno. Mi viejo tuvo que aflojar la tapa del tanque porque la nafta parecía burbujear. Un calor de aquellos. Tanto que almorzábamos jamón crudo, ¡qué época!, y yogur de postre, para combatir el calor. Todo regado con agua bien fría.
En uno de los panzazos que dio el Chivo en las calles de Mar de Ajó pinchó el tanque de nafta. Nosotros conocíamos de otros viajes al Alemán un chapista muy conocido de Mar de Ajó. Fuimos a preguntarle quién podría arreglarnos el tanque de nafta. “Yo se los arreglo. Pero ustedes tienen que vaciarlo”. Arreglamos con el un día a la tarde, ni bien abría su taller. Fuimos mi viejo y yo para vaciar el tanque y sacarlo. Que era lo que más tiempo lleva del trabajo de reparación.
Cuando íbamos para el taller del Alemán el Chivo se encaja en una calle de arena suelta. Me bajé y empecé a empujar sólo, mientras mi viejo aceleraba el auto, que tiraba arena para atrás que daba gusto. Yo empujaba del medio de la cola y ahí vi como el caño de escape se ponía blanco.
Sí, se emblanqueció del esfuerzo que hacía el Chivo. La verdad que el auto andaba espectacular. Una aclaración para los más jóvenes, la buena combustión de un naftero se manifestaba por un caño de escape de color gris a blanco en los residuos de la combustión. Por aquellos años la nafta tenía plomo y este era el responsable de ese color.
El tanque lo pudimos arreglar y volver a poner. No tuvimos más problemas. El auto se portó fantástico. El tiempo estaba un poco loco, pero igual disfrutamos de unas lindas vacaciones. Salvo la pieza del tejo que me robo un tucu-tucu del piso del ante comedor de la carpa. Cuando armamos las carpas en la última ubicación tuvimos la suerte de hacerlo sobre la madriguera de unos tucu-tucu. Hasta tuve la oportunidad de poder capturar uno y verlo de cerca. Es una gran rata con una cola enorme. Como corresponde lo devolví a su hábitat para que siguiera con su vida, aunque no le perdoné que me llevara el tejín que no recuperé, ni aún cuando desarmamos el campamento.
La carpa que estaban mis viejos recibió algunos rasguños de los tucu-tucu, en el piso. Además al caer la tarde se oían en la arena el inefable sonido por el cual se los llama: tucu-tucu. Cosas de hacer vida de campamento que se pierden en un hotel de tres o cuatro estrellas. Por supuesto que no hay servicio al cuarto, pero cuando se van los turistas de la playa, esa inmensidad es para vos solo, hasta el otro día a media mañana. El amanecer en el mar es una vista altamente recomendable, no por haber trasnochado, sino por levantarse antes que salga el sol.
Es vivir las vacaciones al ritmo de la naturaleza, se los recomiendo, se vuelve totalmente renovado y con muchas energías para enfrentar el año que empieza.
Mauricio Uldane