Una noche en un pequeño tambo. La lluvia y el barro como escena y un camino casi intransitable. La cena en el campo bonaerense y la vuelta a casa en una vieja Estanciera.
Mi abuelo Juan cerca de la estación General Pacheco el 29 de mayo de 1932. |
Mi abuelo materno, Juan, trabajó toda su vida en el campo. Lo recuerdo a caballo siempre le gustaron los indómitos. Mi madre, Rosa, cuenta que desde chica vio como a su padre el caballo lo tiraba, pero mi abuelo Juan volvía con esos caballos de mal carácter.
Un gran bebedor mi abuelo Juan. Solía ir a tomar unos tragos a un boliche cercano a la estación Derqui y allí jugaba a las cartas. Por supuesto que siempre terminaba en pedo. El caballo de turno lo devolvía a la querencia. A veces con él a la rastra, porque se tumbaba de lo borracho que volvía.
Una noche se quedó en la tranquera del campo, un pequeño tambo donde trabajaba. Hasta que la patrona lo vio, en la madrugada, dormido arriba del caballo y a la espera de poder pasar dentro del campo.
Una vida rústica y rural tuvo mi abuelo Juan. Con el tiempo se volvió un poco menos chúcaro y nos recibía de visita en ese pequeño tambo de Derqui. Nosotros solo íbamos a saludarlo y pasar un rato con él. Ya le quedaban algunos años de vida y mi madre no quería perderlo.
El tambo proveía de leche al famoso tren lechero que circulaba por las vías del ferrocarril Urquiza. Una vez ordeñadas las vacas, la leche, se ponía en los viejos tarros de chapa galvanizada. Se subían al carro y a la estación Toro, que está muy cerca de la estación Derqui.
Ese fue el trabajo de mi abuelo Juan por muchos años en ese pequeño tambo de Derqui. Allí junto al matrimonio que formaban los patrones ayudaba en las tareas rurales. Además sembraban papas. Recuerdo un viaje, un sábado a la tarde, en la rastra en la cosecha de papas.
Otro recuerdo era un enorme ombú, a un lado de la casa y junto al tambo, donde solía jugar cuando íbamos de visita a lo de mi abuelo. Mi infancia, en parte, pasó por ahí. Muchos viajes a Derqui por caminos de tierra.
Como aquella noche de sábado que fuimos a cenar a la casa de mi abuelo. Porque ya vivía solo en el tambo. La patrona, viuda, se había ido a vivir a una casa en Pilar. Él se había quedado en el campo arrendado. Pero no sería por mucho tiempo. También él terminaría sus días en esa casa de Pilar. Muy cerca del tanque de agua.
Volviendo a esa noche de otoño gris y algo lluviosa que nos fuimos a cenar, con mi familia, a Derqui. Por aquel entonces mi padre, Lorenzo, tenía una vieja Estanciera. Lo que no logro recordar era que modelo era. Tuvo al menos dos o tres modelos diferentes.
Llegamos, los saludos de siempre, y los reproches de mi abuelo Juan porque hacía tantos días o meses que no lo visitábamos. Creo que heredé de él y de su madre, mi bisabuela Honoria, la memoria. De elefante diría. Nada se le escapaba, pese a la cantidad de alcohol que solía consumir.
Mi madre llevó unas empanadas que cocinó en la cocina económica que funcionaba a leña como corresponde. Cocina de campo con piso de ladrillos asentados en barro. Patio común a todas las habitaciones y una galería que unía todas las dependencias de la vivienda.
Llovía mientras cenábamos. “Está lloviendo” dijo mi abuelo. “¿Se van a poder ir?”, agregó. “Sí”, le respondió mi padre. Luego de terminada la cena partimos rumbo a la casa de mi abuela Adelina en San Miguel.
Salimos al camino vecinal de tierra y ahí empezó el drama. Al estar liviana, sin carga, la Estanciera parecía estar sobre una superficie cubierta por jabón. Iba de un lado a otro del camino hasta la zanja.
Allá tuvimos que bajar mi madre y yo a empujar. Sola se movía la Estanciera. Era empujar de lado para que la cola se acomodara en el medio del abovedado camino de tierra y así evitar la caída en la zanja llena de agua. Meta empujar. Meta salpicar barro la Estanciera.
Por suerte era de noche y tarde. Así nadie nos vio embarrados hasta los dientes. Lo peor le pasó a mi madre. En el afán de empujar la Estanciera perdió el taco de su zapato. No hubo forma de encontrarlo en esa cenagosa calle de Derqui.
Así quedó destacada y embarrada. Pero salimos solos del atolladero para que hoy les pueda contar esta historia de domingo. Una forma de recordar a mi abuelo Juan y aquel tambo en Derqui de mi niñez.
Mauricio Uldane
Editor de Archivo de autos
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